miércoles, 12 de octubre de 2011

revenge

La venganza nunca satisface a nadie. Esta frase la tengo grabada a fuego en los pulmones para respirarla cada día desde hace años, y hoy no es diferente. Me ronda la cabeza, sueño con ella, se me ocurre cada vez que alguien me pregunta algo. Cada día me levanto del peor humor posible y voy recargando la sonrisa mientras me fumo el primer cigarro del día, con un tejido irrompible de sueños que espero cumplir hoy. Y entre medias, la misma frase de mierda de siempre, pintada con colores vibrantes. La máxima de mi vida desde aquel día que un tipo cualquiera me dio a probar el mismo vómito en el que él se ahogaba y, a pesar del asco del primer sorbo, acabé por convertirlo sin querer en mi forma de vida. Vivía para ello, moría si no lo tenía, y cada noche lo buscaba en los escalones de la puerta de los bares más cochambrosos que encontraba. Y entonces el tipo cualquiera desapareció en una nube de gas lacrimógeno, dejándome sólo y ahogado entre la podredumbre y el desprecio de siempre, llevándose con él el último paracaídas. No volvió a llamar. No quise volver a verle. Hasta hoy. Esta mañana me desperté del peor humor posible y siendo incapaz de recargar la sonrisa mientras me fumaba el primer cigarro del día. Salí de casa, fui a su oficina y le agarré de la corbata, estrangulándole mientras le obligaba a mirar mi vida, a ver como se hacían las cosas de verdad. "La respuesta siempre estuvo ahí," le dije, "lo que pasa es que tu eres un hijo de puta". Ahora me da pena, todo, me doy pena. Le miro desde lejos, mientras está inconsciente y sangrando, tumbado en su coche. Un reguero de gasolina, una cerilla encendida y un hormigueo insoportable en el estómago como si esto fuera el final. Cierro los ojos. La venganza nunca satisface a nadie. Y una mierda.