miércoles, 23 de diciembre de 2009

A veces pienso que no deberia publicar tanto tan junto. Pero bueno:

A veces me siento como un ángel de ojos tristes. A veces siento que debería llamar a una ambulancia, porque me voy a desmayar. A veces siento que me desmayo. Luego se me pasa, y otra vez soy el ángel de ojos tristes. Antes sólo era un ángel, ahora no sé exactamente que soy. Sólo que a veces tengo los ojos tristes, y siento que me desmayo.
A veces no sé cuanto tiempo he pasado en un sitio. Me doy la vuelta, miro alrededor, y no me suena de nada. Empiezo a sudar, a ponerme nervioso. Me quedo inmóvil, aterrado ante la simple idea de no sabe como volver a casa. Entonces me doy la vuelta y veo que ese extraño sitio es mi habitación. Y me doy cuenta que no hay manera de volver a casa.
A veces leo. Leo cosas muy preocupantes, leo lo que pone por las paredes. Leo lo que escriben los borrachos, los yonkis. Leo lo que tenga delante, sin profundizar. Estoy harto de leer los títulos de los libros de mi estantería y los títulos de mis veinticinco canciones más escuchadas de iTunes. Entonces salgo y lo escribo en las paredes, sin estar borracho. Estoy harto de actuar como un yonki sin serlo. Ojalá lo fuera, y podría actuar como tal con pleno derecho. Y escribir en las paredes.
A veces escribo. Cada vez menos. A veces escribo cosas buenas. a veces me río de mi propia inconsciencia al pensar que son buenas. Cada vez escribo más, y peor. Cada vez escribo mas mierda. Cada vez tiene menos sentido. A veces quiero escribi en las paredes. Aunque eso ya lo e contado. A veces, casi siempre, me repito.
A veces echo de menos a la gente. Y si empiezo no paro. Empiezo por echar de menos a la luna y acabo por extrañar hasta lo que solía ser la tierra. Ahora es un erial desértico. Ojalá explote. A veces me encantaría explotar, salpicando las paredes y eso. Es muy gráfico y muy gore, pero me da igual. Se me quitan las ganas y me deprimo cuando pienso en el que lo tenga que limpiar. No debe ser muy agradable limpiar vísceras. Odiaría ser carnicero.
A veces duermo. Muy pocas. Casi siempre estoy despierto, viendo la vida pasar y eso. Prefiero dormir, es menos cansado. Y además sueñas, y aunque sean pesadillas hacen la vida un poco más emocionante. A veces pienso que la vida nunca llegará a ser emocionante. Luego se me pasa, la sociedad te hace soñar con tener una vida emocionante, y la sociedad nunca decepciona, ¿verdad? ¿o sólo a veces?
A veces me harto de ser yo y deseo convertirme en un pingüino. A veces me pongo delante del espejo, cierro los ojos y rezo por abrirlos siendo un pingüino. Pero antes de abrirlos rectifico, y deseo volver a ser yo. No porque me guste, sino porque en este clima moriría de calor siendo pingüino. Para morir de calor prefiero explotar, y que quien sea lo limpie. De verdad que odiaría ser carnicero. Eso siempre, no a veces.
A veces envidio a todo el mundo. A veces no, casi siempre. A veces no lo envidio, pero sólo cuando duermo. Me encanta dormir, pero casi no lo hago. debería dormir más. Últimamente he conocido a todas las horas de un reloj digital. Del cero: cero cero al veinticuatro: cincuenta y nueve. Me encanta mirar el reloj y ver las tres, pero odio las cuatro. Las cinco me cayeron mejor. Creo que es porque son impares, el hecho de no poder emparejar algo me resulta emocionante. Ya es triste.
A veces no sé como terminar de hablar.

vía tuenti

Esta mañana me sentí mal. Como siempre, pero peor. No pude evitar sentir que tenía el corazón oprimido y no sabía porqué. Me pasé el día así, un día horrible, por cierto. Y luego llegué a casa y me puse a escribir. Ojo, no a pensar, a escribir. Más bien a escribir sin pensar. Y esto es lo que estoy haciendo, escribir sin pensar. Así que no, no se de qúe puñetas hablar, ni que contaros que no os haya contado ya. Es lo que tiene tocar mil puntos en una entrada, que te quedas sin temas para los demás. Si alguna vez os da por escribir un blog no tratéis todo lo que se os pasa por la cabeza en una sola entrada. Pero claro, como piloto tenia que tener mucha chicha, aunque creo que me he pasado. Lo bueno es que al tratar muchas chorradas no profundizas en ninguna, es el sistema conocido como ''sacar sobresaliente en el intituto". Pues eso, a vomitar información para distrair de que no te has leído una palabra sobre los reyes católicos y mucho menos sobre con quién casaron a sus hijos, siempre con el encomiable fin de ampliar su basto imperio a su muerte (¿!¿!¡?!?). Sí, a su muerte, cuando ya no estuvieran para disfrutarlo, o verlo o lo que leches quisieran hacer con los nuevos territorios a su muerte.
Se está notando demasiado que no sé de que hablar,y me salen temas idiotas. Es lo que pasa cuando la gente divaga. Te puedes tomar un café con un tipo con el que debes tener una charla importantísima, super trascendental, pero si te da coba y empiezas a divagar no se lo vas a plantear aunque os pasarais tres semanas ahí sentados. Y mientras, él bostezando, esperando a que cierres la boca para excusarse y marcharse a hacer lo que haga la demás gente cuando no está delante tuyo. ¿A quién le importa? Es triste, como la gente no habla como debería, como nadie habla como debería. Un "q tl tdo tio?" en tuenti es suficiente para mantener el contacto con una persona, y lo mejor es que no hace falta ni leer la respuesta si no te interesa. Con la pregunta ya estás expresando que te interesas por su vida, por cómo le va y por lo que está haciendo. Aunque sea mentira. Suele ser mentira. Bueno, lo mejor no es eso, lo mejor es que es gratis. No me malinterpretéis, yo también lo hago. Es sólo que es triste.
También es triste que ya sólo valen la pena las cosas en función de lo que cuestan. Envidio un montón a un tío que venía conmigo a clase y que nunca tomaba nada en el recreo ni nada, sólo lo ahorraba. Tomarse una bolsa de patatas para matar el rato mientras charlas de tonterías en el descansillo de la segunda planta era secundario para él. Podía parecer agarrado por no dejarse ni los malditos 20 centimos que valía la maldita bolsa (ahora son 30 centimos, todo va siempre a mejor :)), pero en realidad todo eso lo iba ahorrando. Ni cafés mientras estudiaba en la biblioteca, ni cervezas por la noche con los amigos . O no muchas, al menos. Y a fin de año el capullo se marchó de vacaciones a París, una semana, con lo que había ahorrado. Después a Roma, y por último, ya casi arruinado, creo que a Malta. Al año siguiente Nueva York e Irlanda. No he vuelto ha saber nada de él, pero fijo que el maldito bastardo de él sigue viendo mundo a costa de ser un agarrado. Pero por mucho que despotrique contra él le envidio, de verdad. Nunca aprendí a ahorrar.
Y no sólo es culpa mía, la gente a tu alrededor te incita a gastar, como si no costara. "Quedamos esta tarde y nos tomamos un café", "¿Te hace un cine?", "pillamos pizzas y lo vemos en mi casa"... Ya no se puede hacer nada sin gastar. Me pregunto que haría el pobre diablo ese que iba conmigo a clase durante el resto del año. Debía ser un muerto, porque si no no es normal. Pero veía mundo, por lo menos. Y tenía amigos, con los que se iba. Amigos raritos como él que tampoco salían, y se dedicaban a decirse "q tal todo tio?" por el tuentichat o el messenger.
Odio a la gente que te incita a gastar,como si no tuvieras otra cosa que hacer con tu dinero que malgastarlo en un café con un tipo al que no quieres ni ver y al que apenas conoces. Y que encima se ponga divagar y no sólo te gastas el 1.20 que valga el puñetero café, sino encima te toca aguantarle, y sólo esperas, bostezando, que tenga a bien cerrar la boca para poder excusarte e irte a hacer tus cosas mucho más importantes que lo que él te tenía que contar. Porque teóricamente tenia que contarte algo importante y super trascendental, pero le diste coba y empezó a hablarte sobre los reyes católicos y sobre pingüinos y dejaste de hacerle caso. Y ni piensas en para qué te llamó mientras te levantas fingiendo que te llaman al móvil y sales corriendo como si fuera una emergencia. "Luego en casa le mando un q tal tio? por tuenti y todo arreglado" piensas mientras le dejas con su medio café frío tras una hora sin tocarlo y su depresión y sus ganas de contarte que su novia le ha puesto los cuernos y le ha dejado. Pero claro, empezar a hablarte de eso hubiera sido un poco violento, así que empezó ha hablar de lo que se le pasaba por la cabeza por evadirse de todo y esos caprichos de la gente deprimida.
En fin, puede ahogar sus penas en el medio café frío. Tu a casita sin gastarte un duro más, que hay que ahorrar para irse a París en verano.
Y a todo esto, ¿Que es lo que yo opino de este tema de las relaciones humanas? A quién le importa... y que siga siendo un secreto. Así nunca sabréis cuál de los dos era yo.
Y ahora me voy a recuperar un par de viejas relaciones vía tuenti.

lunes, 21 de diciembre de 2009

keep.doc

No soy una gran persona. No soy todo lo que quisiera ser, ni si quiera todo lo que pudiera ser. No soy un buen escritor, no sé en que momento me lo creí, pero no lo soy. No sé hacer nada ni medianamente bien. No es que todo me salga mal, es que realmente si quisiera hacerlo bien tampoco sabría. Es culpa mía.
No soy un pingüino, si fuera un pingüino todo sería diferente. No soy tan guapo como me gustaría, ni tengo el cuerpo que quisiera tener. Si fuera un pingüino lo tendría, porque todos los pingüinos son iguales. No veo tan bien como debería o me gustaría ver, y no veo todo lo que quisiera ver. No tiene relación , pero lo uno me recordó lo otro. No soy un pingüino. Ojalá fuera un maldito pingüino.
No soy de Brujas, ni de New York, ni de Düsseldorf. Ojalá fuera de Düsseldorf. Si hubiera nacido allí odiaría tanto mi maldita ciudad (o pueblo, o lo que demonios sea Düsseldorf) que me hubiera ido hace siglos. Pero no, no soy de Düsseldorf. No he viajado a tantos sitios como me hubiera gustado viajar. Nunca he visto el mar con alguien con quien me gustaría verlo, ni he vivido con quien me hubiera gustado vivir.
No tengo todo lo que quiero, y mucho menos quiero todo lo que tengo. Se lo daría a quien fuera. Pero no soy generoso, soy bastante egoísta. Soy lo más horrorosamente egoísta que te puedas encontrar.
No soy un buen escritor (II parte). No soy escritor. Odiaría ser un maldito escritor. Los escritores siempre piensan que escriben genial y que debes leer sus libros y sus cosas. Haré lo que me dé la gana, charlatán, no me vas a decir tú lo que tengo que leer, y menos si es bueno o no. ¿Y por qué publico escritos? No lo sé. Supongo que quiero ser escritor. Pero escribir no te hace escritor. Un camarero escribe lo que le pides en su libretita y eso no le hace un maldito escritor. Y sí, me gusta Salinger. Aunque sea escritor.
Odio mi pelo. Mucha gente odia su pelo (o su no pelo), yo también. Realmente me cae mal. Como los que venden cupones y te preguntan si quieres uno. "¿Quiere un cupón?-(¿Te he pedido uno?¡No, pues será que no quiero un puñetero cupón, payaso!)No gracias." Odio la gente falsa. Odio lo falso que soy. No soy un buen mentiroso, ni siquiera soy bueno diciendo la verdad.
No soy un santo. No hago lo que tendría que hacer ni pienso lo que debería pensar. No hago ni pienso nada. Solo existo, y existo de manera rara. Porque no pienso, luego no existo. O pienso de manera extraña, asi que también existo de manera extraña. No sé.
No soy sincero siempre que pido perdón. No es que no me apene hacer lo que haya hecho, es que creo, es más, estoy seguro de que lo volveré a hacer. O lo volveré a intentar. No soy alguien a quien se pueda tomar en serio. Nunca. O sólo a veces, sólo cuando me siento bien, y pienso en lo que hago. Casi nunca pienso en lo que hago. Nunca pienso lo que hago
No pienso en nada cuando estoy fastidiando a alguien. Y no sé mas que tu, o que nadie, porque haya leído más, o al menos mejor. No pienso ni molestando a alguien. No pienso ni comiendo solo. No pienses, y pronto estarás comiendo solo. Pero realmente solo. Una vez fui a un cocktail y pensé "que les peten" mientras engullía el último canapé. Es la última vez que pensé algo digno de decirse. ¿Porqué a quién le importa esto? ¿Quién no ha pensado ''menuda estupidez cuando llegó a lo del pingüino? ¿Quién ha llegado hasta aquí sin desear que se acabe ya? En cambio, ¿a quién no le produce alguna clase de maldito y egoista placer el saber que no es el único que se come el último canapé de la bandeja y encima se caga en los presentes mientras dice en voz alta "bueno, si no se lo va a comer nadie..."?
No soy sincero, en general. Porque, pensando en el ejemplo anterior, cuando alguien se come el último canapé diciendo "bueno, si no se lo va a comer nadie..." yo digo "no pasa nada" con una sonrisa hipócrita mientras pienso "maldito bastardo, yo lo quería". No soy sincero.
No busco el bien general, y si me dijeran que pidiera un deseo no pediría la paz mundial. Soy egoísta, me comería el último bombón de la caja roja de Nestlé y pensaría "ahí te peten". A menos que sea de moka. Odio los de moka ¿Qué demonios es la moka? No soy un bombón de moka. Y si lo fuera me suicidaría, porque nadie me comería. A nadie le gusta un bombón de moka. Ni los polvorones de sabores. Sólo se acaban cuando se acaban los normales. Y eso cuando se acaban. No soy un polvorón de colores. Yo ya estoy acabado.
No sé ni que soy. Solo sé que no soy un puñetero pingüino. Ni una gran persona. No estoy seguro ni de ser una persona. Ojalá fuera un pingüino.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Pure Morning

Murray sintió en la cara el agua fría que manaba a borbotones del grifo de su lavabo. Alzándose, buscó su reflejo en el espejo. Una figura enjuta, despeinada, sin afeitar y en ropa interior le devolvió la mirada desde lo más profundo de unos ojos negros y atribulados, rodeados por unas marcadas ojeras. Últimamente no había dormido demasiado bien. Trató de aplastar con las manos mojadas los pelos más alborotados, pero sin éxito. Cerró el grifo y salió del baño, dirigiéndose a su habitación. Cuando entró no dio la luz, había salido un sol mortecino que iluminaba la ciudad desde detrás de una cortina de nubes, suficiente como para poder vestirse sin tropezar con la silla de madera, parcialmente oculta por una americana negra, o con la desvencijada guitarra tirada en mitad del cuarto. Tranquilamente se puso unos pantalones de vestir negros, se abotonó la camisa, tan blanca como arrugada y se anudó la corbata alrededor del cuello. Giró la cabeza buscando el reloj que descansaba sobre la mesilla de noche, ubicada en un rincón junto a la revuelta cama. Los rojizos dígitos le dijeron: “Ocho quince de la mañana. Apresúrate, esta mañana tienes algo importante que hacer”. Sentado en la cama se ató los zapatos, respiró profundamente y alargó la mano para recoger un reloj de muñeca plateado de la mesilla, junto al despertador digital. Se puso en pié, agarró la americana y se dispuso a salir

Ocho y veinte, comprobó mientras bajaba en el ascensor. Aprovechó el viaje para cerciorarse de que había cogido todo lo necesario. El móvil en el bolsillo interior de la chaqueta, junto al corazón, y la cartera en el bolsillo del pantalón. Luego palpó la parte baja de la espalda, como buscando algo. Por fin halló lo que buscaba, el bulto sujeto con el cinturón de cuero, y respiró aliviado. Se miró al espejo una vez más, se rascó el bigote y se ajustó el nudo de la corbata. Después salió del ascensor. Según pasó junto a los buzones de la entrada le echó una fugaz mirada al suyo, alcanzando a ver que la rendija utilizada para meter allí las cartas estaba tupida por la abundancia de ellas. No le dio importancia, llevaba ya meses sin recoger el correo. Abrió el portal y salió a la calle.

Le envolvió el frío aire matinal. Tenía diez minutos para recorrer la distancia que le separaba del lugar en el que tenía que hacer su misión, y no podía llegar tarde. Las calles por la que iba estaban bastante poco concurridas, iluminadas tenuemente por el sol matutino que parecía espiarle escondido tras su nebuloso parapeto. Lo miró con rencor y con los ojos entrecerrados. El sol no le gustaba. Le parecía un astro distante y orgulloso que lo observaba desde su cómoda posición arriba, en lo alto, iluminando la tierra porque si no lo hiciera no podría mirarla. Una existencia tan tediosa que se contentaba viendo las vidas de los que deambulaban sobre la faz de la tierra. Distraído como iba mirando al cielo no se percató de un escalón en su camino, y tropezó. Puesto en pie de nuevo se ajustó el nudo de la corbata y comprobó que lo que llevaba a la espalda seguía allí. Palpó con la mano derecha, preocupado, hasta que tocó la metálica culata de una pistola. Respiró aliviado de nuevo. Esa pistola era lo único que necesitaba para cumplir su misión. Esa pistola y llegar a tiempo, por lo que reanudó la marcha, esta vez más apresurada que antes. Mientras caminaba repasó mentalmente su cometido: Llegar, esperar al coche, disparar, y se acabó. No habría más problemas ni complicaciones. Tampoco víctimas adicionales, solamente una, y una víctima que se lo tenía bien merecido. Puso una mueca de asco al recordarle. Era una persona indeseable, repulsiva, inútil, estúpida… todos los adjetivos despectivos de la lengua se quedaban cortos para describirle. Pero por fin pondría término a sui absurda existencia. Veintisiete años había convivido ya con él, y al menos los últimos diez había tenido ganas de hacer lo que iba a hacer hoy, pero no se había atrevido. Pero por fin hoy se liberaría de ese lastre que le encadenaba a la desesperación. Un disparo en la cabeza y un fin rápido e indoloro para la persona que más odiaba en el planeta. No es que no quisiera hacerle sufrir, pensó, pero no podía permitir que le reanimaran o le salvaran la vida por alargar su agonía. Era algo a lo que había que poner fin en ese momento.

Ya había salido a una de las calles más céntricas de la ciudad, había mas gente a su alrededor. Gente que a él le parecían lánguidas sombras grises que se arrastraban para cumplir sus propias misiones, al igual que él. Pero ellos mañana harían lo mismo, mientras que él ya habría roto las cadenas que le amarraban a la infelicidad acabando con esa convivencia que le ponía enfermo, esa convivencia llena de apariencias, llena de fingimientos para evitar los comentarios precisamente de las fantasmales sombras grises que no se atrevían a cambiar sus vidas de manera sustancial. A ellos les valía con un maquillaje superficial que disimulara su falta de bienestar, él iba a arrancar el problema de raíz. Y conocía personas que le dirían que esto que él iba a hacer era la solución más cobarde, que había otras soluciones más diplomáticas y menos violentas. Realmente, él sabía que estas personas tenían razón, pero esta era la solución más cómoda. Si los líderes mundiales solucionan sus problemas con armas de fuego no puede ser tan mala solución. Pero ya no podía posponer su cometido. Él mismo se lo había impuesto y estaba decidido a hacerlo. Si ahora lo dejaba la convivencia se tornaría más insoportable que nunca y le llevaría a algo muchísimo peor. Porque, efectivamente, había cosas peores que lo que iba a hacer.

Por fin había llegado a su destino. Consultó la hora en su reloj de muñeca y comprobó que ya eran casi y media. Ahora estaba inmóvil en mitad de la acera mientras un mar de entes fantasmales y grisáceos fluía por la calle, unos a pie, otros a bordo de ruidosos aparatos que le taladraban los oídos, pero todos ellos iguales, registrando nuevamente un día igual a los anteriores en sus cerebros. En muchas ocasiones se había sentido ahogado por ese gentío, pero hoy se encontraba extrañamente aliviado a pesar de la marea. Incluso el ruido infernal de otras veces le parecía más lejano y amortiguado. Examinó la carretera en busca del coche que esperaba, pero no lo vio. Aún tenía un poco de tiempo. Saboreó el momento previó al final de esta etapa sacando una foto de su cartera. En ella aparecía uno de los momentos más felices de esa patética convivencia. Aparecía sonriente, saludando al cámara, probablemente su padre, rodeado por unos amigos del colegio. Esta primera visión le resultó incluso agradable, pero enseguida torció el gesto contemplándola, contemplando la cara de payaso de quién iba a ser su víctima. “Pronto dejaras de sonreír” pensó para sus adentros. Guardó la fotografía y volvió a escudriñar la lejanía. El sol había salido de detrás de las nubes, y ahora iluminaba la calle con fuerza. Sonrió pensando que esa maldita bola de fuego sabía que aquí iba a pasar algo importante.

Por fin divisó el coche subiendo por la calle. Había llegado el momento. Abandonó la sombría masa a empujones y sin prestar atención a empujones ni insultos se paró en mitad de la carretera. A doscientos metros el vehículo avanzaba hacía él. Pensó en las repercusiones que esto podría causar en su familia: Su madre, su hermana… “A partir de hoy estarán mejor”, pensó. Sacó el arma y escuchó el sonido de los gritos de la gente, pero de manera amortiguada, como si estuviera escondido dentro de un armario jugando al escondite con su padre. El coche estaba a cien metros. Recordó a la gente que había conocido durante su vida, a la mayoría de ellos con odio. Nunca habían salido entenderle. Él tampoco se lo había puesto fácil. Su cerebro se estremeció, empezó a levantar el arma. “Payaso engreído, egocéntrico, inútil, deprimente…”. La lista desfilaba por su mente. Por fin llegó a ver al conductor, o mejor dicho a la persona que le acompañaba, que era la que esperaba ver. Era una chica de casi treinta años conductor era su novio. Él los conocía a ambos. El momento había llegado. Sus labios se curvaron para musitar “Te quiero”. Acto seguido se llevó la pistola a la sien y disparó.

John Richards conducía aquella mañana tranquilamente llevando a su novia a la facultad, como todos los días. Pero, al cruzar por una calle, pasó algo inusual. La gente de alrededor gritaba espantada, unos mirando horrorizados y otros mirando para ver que había sucedido. Pero él si lo había visto y no le importó. Su acompañante también y, aunque un poco mas sombría y gris de lo habitual, no parecía afectada. En lugar de continuar recto giró en la primera bocacalle que vio y simplemente se alejó del lugar, dejando que se marchitase la última flor de la misma planta que él trataba de hacer florecer.