miércoles, 22 de febrero de 2012

In my older days

Si pudiera saber en qué momento me voy a morir, tengo bastante claro lo que haré.
Probablemente estaré sentado en un banco, haciendo cualquier estupidez sin importancia. Mirando el tendido, twitteando, leyendo el periódico... lo que sea. Fumando, casi seguro. Porque no tiene sentido cuidarse si sabes cuando te vas a morir.
Pensaré en lo que he hecho a lo largo de la vida, los últimos veinte, treinta, sesenta años. No sé cuanta memoria me quedará ni cuánto tendré que recordar. Pero ya sé de un par de cosas en las que pensaré. En ti no. Todavía no.
Daré un paseo por mis rincones favoritos de la ciudad. Sin prisa, no tengo nada que hacer. Cruzaré lento los pasos de cebra para desesperar a algún conductor que vaya a vivir mucho tiempo más. Escucharé diez veces Wish you were here, Perfect day, y un par de canciones más tan antiguas que ya nadie más recordará.
Y luego volveré a casa, a soñar con los besos que nos hicieron famosos.

viernes, 10 de febrero de 2012

Overloaded


Porque, al fin y al cabo, salir contigo es tan seguro como sangrar por la nariz rodeado de vampiros y tan arriesgado como jugar al póker apostando con garbanzos. Acabar tan heridos y tan cosidos como una muñeca de trapo hecha con restos de piel y costras, con botones cosidos como ojos, tan inexpresivos como el vacío absoluto. 
Recordarlo es como meter la mano en un baúl de cuchillos. Y yo, que soy un capullo, prefiero sumergir la cabeza. Y, al quitarme las vendas, acariciar las heridas con guantes de boxeo y verter vodka para que cicatricen de la manera más dolorosa posible. Y luego, si eso, abrirlas de nuevo. 
Podríamos pasar mil veranos congelando sentimientos, dejando que el tiempo, el frío y la criogenia hagan el resto, pero aún así seguiría todo como en el punto de partida. La lluvia, el calor de diciembre, todo tan real como hace años, y el resto tan difuso que parece que ocurrió en un mes de veinte días. Porque yo recuerdo mis recuerdos como a mi me da la gana.
Porque mis cicatrices son exactamente lo que yo quiero que sean. 

sábado, 4 de febrero de 2012

In a love frame

La llevé a mi rincón favorito de la ciudad, apagada y nocturna. Allí la besé, sin prisa, suavemente bajo la luz amarilla de una lámpara de mesilla de noche. Después me retiré poco a poco, como si fuera a cámara lenta, mirando directamente sus ojos y haciendo ver que veía incluso más allá de lo posible, sonriendo como un capullo. Ella me sonreía, como si estuviera de verdad enamorada y no acabáramos de conocernos, como si yo fuera algo más que un Casanova de garrafón y ella una princesa de bar de copas. Como si fuéramos alguien. Prolongué la mirada hasta que el silencio alcanzó ese punto en el que pasa de ser bonito y romántico a incómodo. Después, mientras alargaba la mano hacia el interruptor le dije, susurrando:
- Espero que no te importe, pero voy a apagar la luz.
- ¿Para qué?- Preguntó sonriendo tímidamente, como si de verdad quisiera preguntarlo.
- Quiero ver si brillas en la oscuridad.
Nos quedamos en la penumbra, sintiendo nuestras siluetas lo suficientemente cerca como para arder.
- ¿Qué? -Preguntó otra vez con voz acaremelada.- ¿Brillo?
Ella no lo vio, pero volví a sonreír como un capullo, y antes de abalanzarme sobre ella contesté:
- No.
Debería de tener un doctorado en cargarme momentos románticos.