martes, 29 de junio de 2010

Wish I could stay

Con el alma saltando de alegría y respirando suavemente, entre nubes de tabaco. Así duerme ella mientras yo, con el corazón sangrando y exhalando alquitrán la contemplo, sentado sobre la mesa del ordenador. Nada, ni siquiera un ruido perturba la calma de la noche en la que, tras años de buscarnos, nos hemos conocido. Mientras tanto, el viaje del que nunca volveré, me espera al otro lado de la puerta, mirando con deleite como me despido de su largo pelo ondulado, de como cae sobre sus hombros y el colchón de mi cama. Una nube oculta la luna detrás de la ventana, salpicada por miles de gotitas. Desde mi pared, un póster que reza A decent life se burla de mi, y soy el único que puede oír sus carcajadas. Toso, profundamente, como llevo meses haciendo. Pero esta vez lo reprimo. No quiero despertarla, prefiero seguir viéndola dormir. Si sus ojos estuvieran abiertos me pedirían que no me fuera nunca.
Hay ropa tirada en el suelo, y por las paredes marcas de arañazos, como si una bestia hubiera estado encerrada durante semanas sin comer. El suelo está empapado por las lágrimas de una vida buscándola, que, al final, hallaron su recompensa. Por desgracia, es una recompensa un poco amarga. ¿Qué puedo hacer si la vida es tan cruel que tiene esta clase de ironías? ¿Que puedo hacer si, irremediablemente, mañana va a amanecer?
Supongo que nada, que solamente podré quedarme aquí viendo como pasa el humo por delante de su cara, como sus labios se arquean de vez en cuando, como su sombra se recorta contra la pared. Estoy cansado, la verdad. Cansado de no poder hacer nada, de las lágrimas, los arañazos, esa manta negra de mi puerta, esa vida decente... todas esas cosas que sólo yo puedo ver. Y que amanezca, si tiene que amanecer.
La luna vuelve a brillar, fría y blanca, como siempre. Ilumina la habitación salpicándola de las sombras de la lluvia que moja la ventana. Y yo sigo sentado, sobre la mesa del ordenador, con los pies colgando como si me estuvieran ahorcando. Me rasco el pecho antes de intentar levantarme, pero mi cuerpo se niega a moverse. Nada, absolutamente ninguna parte de mi quiere irse, pero algo me llama fuera. Algo sombrío y extraño, más fuerte que yo. Poco a poco me dejo caer al suelo y doy un paso hacia la puerta. Aparto la ropa de una patada y borro con la imaginación el póster de la pared. Creo que ya está todo hecho. Apoyo la mano en el frío picaporte, y abro. Fuera, una manta negra me mira con cara de estarse divirtiendo. A mi no me hace ninguna gracia. LA miro a ella por última vez. Sigue respirando suavemente, mientras su alma salta de alegría. Las nubes de tabaco se disipan, y ella duerme. Si sus ojos estuvieran abiertos me pedirían que no me fuera nunca. Pero no lo están.
Salgo fuera, a encontrarme con esa maldita manta negra.

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