lunes, 7 de febrero de 2011

Shhhhhh!

¿Sabes? me encanta cuando me sonríes porque he dicho alguna estupidez graciosa. De verdad. Y me encanta cuando me miras con cara de "eres tan imbécil que me encantas", o "no se si matarte o asfixiarte entre sábanas y gemidos".
También me gusta cuando alargas las despedidas porque quieres que sea yo el que se despida, y que nunca te gires para ver como te espío cuando te vas.
Conseguiste ver mi corazón y no vomitar. Y eso impresiona. Porque de entre todos los cánceres malignos y de entre todas las revueltas pacíficas que acaban en masacre tuviste la mala suerte de toparte conmigo.
No sé cuanto tiempo me hizo falta para llegar a comprender que cuando todo se iba a la mierda te necesitaba cerca, aunque no dijeras nada, aunque no supieras nada. No sé si lo necesitaba de verdad o sólo me gustaba que me vieras, porque en el fondo, soy imbécil y masoquista. Y puedo pasarme años leyendo todas esas cartas que nunca te mandé y pensando en las que nunca te escribí porque, sencillamente, me encanta vivir anclado al último momento que de verdad disfruté. Así que pasará la vida y seguiré soñando con llevarte a ver el mar.
Y me encantaría poder despertarme dentro de cinco años y ver que las cortinas siguen echadas porque no necesitamos luz del sol. Y desayunar lo que sobró de la cena, y compartir el humo del primer cigarro del día mientras te vistes para bajar a tomar un café.
Sinceramente, me gusta así.

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