viernes, 10 de febrero de 2012

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Porque, al fin y al cabo, salir contigo es tan seguro como sangrar por la nariz rodeado de vampiros y tan arriesgado como jugar al póker apostando con garbanzos. Acabar tan heridos y tan cosidos como una muñeca de trapo hecha con restos de piel y costras, con botones cosidos como ojos, tan inexpresivos como el vacío absoluto. 
Recordarlo es como meter la mano en un baúl de cuchillos. Y yo, que soy un capullo, prefiero sumergir la cabeza. Y, al quitarme las vendas, acariciar las heridas con guantes de boxeo y verter vodka para que cicatricen de la manera más dolorosa posible. Y luego, si eso, abrirlas de nuevo. 
Podríamos pasar mil veranos congelando sentimientos, dejando que el tiempo, el frío y la criogenia hagan el resto, pero aún así seguiría todo como en el punto de partida. La lluvia, el calor de diciembre, todo tan real como hace años, y el resto tan difuso que parece que ocurrió en un mes de veinte días. Porque yo recuerdo mis recuerdos como a mi me da la gana.
Porque mis cicatrices son exactamente lo que yo quiero que sean. 

2 comentarios:

  1. Resulta que a veces los recuerdos se vuelven difusos y lo que has vivido en años se convierte en uno. Y sin quererlo a tu manera, ademas.

    Un beso, Adam :)

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  2. Sí, chico. Hay muchas chicas Moody como para saber cuál de todas, y mucho caos dentro de esa chica concretamente. Llega un momento en que prefieres no ser nadie, que así no te rompen.

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