sábado, 28 de mayo de 2011

Lost in time

Después de la masacre, solo quedaron tus tacones, tu pañuelo, y siete millones de caricias esparcidas por el suelo del dormitorio. Salí de casa con la boca sangrando y escupiendo insultos que regalarte, pero se me fueron olvidando a mediada que aspiraba humo y cáncer.
Es entonces cuando pensé que las drogas nunca se dejan, que la vida siempre se acaba y que tienes la mejor y más brillante mirada del universo. Pensé que hoy, ni todos los cartones de Chester del mundo pueden matarme, pero tu sí. Y me reí de lo gilipollas que soy. Una enfermedad demasiado extendida, hoy en día.


Y creo que no tengo nada más que escribir.


Pero piensa en lo que más rabia te dé. Ese beso, esa caricia que no es tuya pero debería, esa lengua y la saliva con la que siempre acabas soñando pero jamás reconocerás porque a parte de desagradable suena patético, esa mirada cargada de odio que te dieron sin merecerlo, esa mirada de odio que merecías completamente y lo sabes. El latido de tu corazón a mil por hora cuando piensas en tu padre muerto, el amor enmascarado en muecas de asco y palabras malsonantes que te retumban en los oídos, la hipocresía en todas sus formas, el último single de Justin Bieber en por qué coño él es famoso y tu nunca lo serás. El tiempo y cómo pasa segundo a segundo, y tú no puedes dormir, y mañana te tienes que levantar a las siete; día a día, y no puedes vivir, y poco a poco ya tienes cuarenta tacos y dolores en la espalda. Las heridas de mierda que apenas sangran y que no deberían doler, pero te joden el día. Las bodas en las que vas sólo y todo el mundo lleva pareja. Sus ojos, y lo jodidamente preciosos que son. Todo esto que piensas y que nunca dirás, porque entonces serías un egoísta de mierda. La cantidad de gilipollas que hay en la vida. Lo gilipollas que llegas a ser tu. Las cosas que te matan poco a poco, lo que tu haces y acaba matándote. La mejor y más brillante mirada del universo. La vida, que siempre se acaba. Las drogas que nunca dejarás. Los insultos que te callaste y la sangre que te ahorraste. Las siete millones de caricias, los tacones, el pañuelo y el momento en el que los volviste a ver. Y, sobre todo, el después de la masacre.
Al final no todo es tan malo.

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