sábado, 28 de mayo de 2011

SOMA

Motor en marcha, modo zombie “on”, y todas las estrellas que no alcanzo a ver para comentar la jugada. En cambio, me fijo en las líneas rectas de la carretera, las ojeras que me gasto en el espejo retrovisor, las luces de freno del coche de delante... esa clase de cosas que miras cuando acabas de salir de la cama más impresionante del mundo con la compañía más impresionante del mundo.
Lástima de los veinte kilómetros que separan nuestros parpadeos, de tener que huir antes de que llegue su marido, de pasarme la mañana enterrado en montañas de archivos de hace noventa años y sobre todo de que, después de seis años haciéndomelo, siga dejando al descubierto el botón de detrás del nudo de la corbata. Si no, sería una vida perfecta.
Mientras conduzco sueño con cosas de esas que me gustaría hacer antes de morir, como escribir un libro, plantar un árbol, viajar a Nueva York, hacerme una foto empujando la torre de Pisa, ver en las noticias que Pitbull se ha quedado afónico para siempre, tener un hijo y volcar en él mis frustraciones profesionales... Y sobre todo ganar la lotería y presentar mi dimisión al jefe con una sonrisa y un cartel que ponga: me estoy tirando a tu mujer.
Pero eso, los sueños, sueños son.
Y cuando despierto sonrío.

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